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Santa Lucía, la Fuente de Faya o del Amor.

 
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Yosco



Registrado: 14 Abr 2007
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Ubicación: Leioa (Vizcaya)

MensajePublicado: Sab Abr 28, 2007 7:00 pm    Título del mensaje: Santa Lucía, la Fuente de Faya o del Amor. Responder citando

Santa Lucía de Gordón, la Fuente de Faya o del Amor

La leyenda de Santa Lucía y su fuente nos lleva también al mundo de las xanas o janas, tan apegadas a sus mágicas fuentes y sus tesoros; pero ésta tiene algo especial que parece remitirnos a un xano o jano, lo cual resulta increible y novedoso en el mundo de la mitología, de cuya existencia tenemos noticia precisamente en nuestra comarca de Gordón y la hace, además de interesante por lo hermoso del relato, importante por su significado documental. A partir de esta leyenda hay que replantearse el mundo mágico de estos personajes apegados al agua de los ríos y fuentes.


La leyenda de la Fuente de Faya o del Amor.

Si alguna vez alguien se pregunta por qué durante muchos, muchísimos años, las mozas de Santa Lucía subían a la Fuente de Faya a beber de sus frías y cristalinas aguas, sepa que lo hacían para buscar el amor de su vida, el que –con seguridad- soñaban cada día de su impaciente e impulsiva juventud. Pero también es sabido que los sueños de las adolescentes, dulces y románticos, acostumbran a estar relacionados con la figura del príncipe azul como encarnación de ese amor. O lo estaban, al menos, en aquellos tiempos que se nos antojan cada vez más pasados. Así que, sin saberlo, nuestras jóvenes seguían la costumbre de una antigua leyenda relacionada con la Fuente de Faya y la oquedad por la que brotan sus aguas con rumores que –si escuchamos con atención- nos cuentan entre sus murmullos lo acaecido hace mucho, muchísimo tiempo, en este lugar.

Se cuenta todavía entre nuestras gentes cómo una pastora de Santa Lucía, extremadamente joven y extremadamente bella, subía cada tarde de verano a este rincón armado por las paredes estrechas de la hoz que lo recorre hasta la fuente que se abre entre las rocas, manando rumorosa desde la cueva que esconde la montaña. Colmada su sed con las frías y límpidas aguas, le seguía el descanso apacible a la sombra. Es probable que, con el calor propio del estío y el descuido momentáneo de sus quehaceres y trabajos, aquella joven pastora se dejara arrastrar por el sueño y que en sus sueños adolescentes buscara con arrobo al joven que la enamorara. O bien que, despierta, dejándose acunar por el plácido y sosegado rumor de las aguas y extendiendo su mirada por el cielo azul y los árboles del faedo, sus suspiros volaran con el mismo ansia de encontrar el amor del joven que la hiciera feliz. Lo que sí es cierto es que una de aquellas tardes, al ir a beber como acostumbraba, vio entre las aguas de la fuente refulgir el comienzo de un hilo de oro. La sorpresa inicial de la pastora dio paso a su curiosidad y decidió coger un palo para bobinar el hilo de oro.

Se dice que estuvo bobinando y bobinando poco a poco durante horas aquel hilo dorado, con mucho cuidado de no romperlo y a medida que éste iba saliendo de la fuente. Pero el hilo era muy largo y parecía no tener fin, por lo que llegó el momento en que tuvo necesidad de utilizar otro palo para seguir bobinando, así que decidió cortarlo. Otros aseguran que la impaciencia de la joven fue la que la empujó a cortar el hilo.

Aunque no sepamos el porqué, lo cierto es que la hermosa pastora comprobó cómo el hilo de oro bobinado se convirtió en hilo de bramante una vez cortado; pero su perplejidad y asombro fueron mayores cuando le pareció oir una voz que llegaba envuelta en el rumor del agua desde el fondo de la grieta rocosa por la que mana el agua, lamentándose por lo ocurrido. Según parece, la voz era masculina, bien modulada y dulce, y se quejaba de manera tristísima, comprendiendo la bella pastora que si hubiera continuado bobinando todo el hilo, éste habría sido suyo y con él el amor del príncipe moro, desencantado al acabar de bobinar todo el hilo.

La pastora, atribulada y confundida, se dirigió al pueblo y contó lo ocurrido a las gentes de Santa Lucía; pero todos imaginaron que se trataba de una fantasía de la joven y pensaron que el agua estaba envenenada y que había sido ésta la causa del delirio de la muchacha. Para comprobarlo, llevaron un corderillo hasta la Fuente de Faya y, después de hacerle beber, comprobaron que no murió, tal y como esperaban que ocurriese.

La desconsolada y hermosa pastora siguió yendo a beber a la Fuente de Faya todos los días de su vida con la esperanza de que el milagro volviera a repetirse. Pero fue inútil.

Las jóvenes gordonesas de Santa Lucía empezaron entonces a subir hasta la misma fuente a beber agua, movidas por la esperanza de ser ellas ls que se encontraran con el apuesto príncipe que allí moraba encantado, y así siguieron haciéndolo durante mucho, muchísimo tiempo, aunque llegaron a olvidar la leyenda y lo hacían, finalmente, con la intención de que el agua les ayudase a encontrar un buen novio.

Es bien conocida la existencia de janas en los covachones y fuentes gordonesas, mujeres míticas de gran belleza, encantadas, que cuidan sus tesoros a la espera de que algún apuesto mozo rompa su encantamiento en la medianoche de San Juan y al que ofrecer sus riquezas y su amor. También sabemos que se cuenta de cómo muchos príncipes moros escondieron sus tesoros cuando sus gentes tuvieron que abandonar nuestras tierras que, en este caso, ocuparon por poco tiempo, y de cómo muchos de ellos –enamorados de nuestros paisajes- se quedaron junto a sus tesoros convertidos en pájaros, árboles, fuentes y otros elementos de la Naturaleza. Pero nunca se había oído que un príncipe moro tomara la forma de las janas y usara de us costumbres, lo que hace más sorprendente esta historia mágica, una de tantas, que todavía se enredan en la memoria de las gentes gordonesas.

Pero, ¿si el hilo de oro volviera a aparecer? Tal vez el príncipe o jano que allí habita encuentre otra moza o hermosa joven digna de su amor que tenga la paciencia necesaria de bobinar todo el hilo y rescatarlo de su encantamiento. Esperando que así sea, esta es la historia que podéis contar y en los parajes del Faedo permanece, placentera y rumorosa, la fuente de nuestra leyenda.

Julio González Alonso


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