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prejub



Registrado: 13 Abr 2007
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Ubicación: León

MensajePublicado: Dom Dic 16, 2007 2:22 pm    Título del mensaje: Nueves misas y ningún funeral, el intenso fin de semana de . Responder citando

Nueves misas y ningún funeral, el intenso fin de semana de Bruno Cuadrado Lamas, sacerdote en 22 pueblos de Babia y Luna

En su Peugeot, Bruno Cuadrado lleva las llaves de todas las iglesias, un rosario colgando del retrovisor y las cintas de música propias de un joven de 28 años como es él. / DAVID RUBIO
LEÓN.— Nueve misas y ningún funeral. Éste es el balance del intenso fin de semana de Bruno Cuadrado Lamas, el joven sacerdote de 22 pueblos de las comarcas de Babia y Luna.
Muy lejos quedaron los tiempos en los que se podía usar la expresión de «vivir como un cura». La vida de Bruno Cuadrado poco tiene que ver con la de aquellos sacerdotes con casa y ama propias y con todos los vecinos del pueblo dispuestos a ayudarles en lo que hiciera falta. De lunes a jueves, Bruno oficia misas e imparte catequesis en la parroquia de Santo Toribio de Mogrovejo, en el barrio del Polígono X de la capital. El viernes, carga las fiambreras que su madre le prepara a su Peugeot 307 y conduce hasta Sena de Luna, donde está la casa parroquial. A partir de ese momento, comienza su particular fin de semana.

«Estos días, las matanzas me está quitando muchos clientes», bromea Bruno, que aprovecha la tarde del viernes para visitar, por los pueblos de la comarca de Babia, «a la gente que está sola o necesitada, la gente que sólo quiere un poco de compañía y que, por lo general, agradece mucho mi visita. Pero, eso sí, hay que ir ganándose su confianza poco a poco, claro», comenta el joven sacerdote de tan sólo 28 años que es natural de Valladolid, pasó su infancia en Villalón de Campos y desde hace algunos años vive en León. Aquí estudió en el Seminario y aquí cumplió su sueño de cantar misa.

Estuvo destinado en la Sobarriba y ahora, desde hace algo más de un año, evangeliza 22 pueblos babianos. «En algunos queda tan poca gente que la iglesia se cierra de noviembre a junio. En otros, hay misa tan sólo cada dos semanas». Abelgas, Sena y Caldas de Luna son los elegidos para la mañana del sábado. San Emiliano, Pobladura y Aralla de Luna, para la tarde.

Torrebarrio. El recorrido del domingo empieza, poco después de las diez de la mañana, al pie de Peña Ubiña. Hace un frío que pela en la pequeña capilla de Torrebarrio. El sacristán, Leonardo, de 76 años, ya ha tocado la campaña hace una hora. «Se cortó el pelo, padre, y eso que ya tiene poco», le dice uno de los nueve feligreses que asiste a la misa. Leonardo se encarga de encender las velas, preparar el altar y asistir al párroco durante la celebración. Bruno les dice a los asistentes que ha traído unas hojas en las que pueden encontrar ayuda para prepararse religiosamente de cara a la Navidad.

Tras el esperado «podéis ir en Paz», reparten pan de caridad. Es pan dulce con el que en Torrebarrio mantienen una tradición que, en la posguerra, llenó muchas iglesias, puesto que a la salida de misa se repartía un trozo de pan por persona. Gloria y Pepe, en el calor de su cocina, invitan al cura (y al que suscribe) a café. Anuncian que irán a pasar la Navidad a León. «Así que para el domingo que viene, dos menos», se lamentan.

Riolago. Aunque la temperatura de la cocina de Gloria y Pepe pide exactamente lo contrario, hay que seguir viaje. En Riolago de Babia la misa es a las doce menos cuarto, y hay que tenerlo todo listo. Por el camino, Bruno mira hacia el cruce de Genestosa. «Tenía que ir a hacer unas fotos de la obra que están haciendo en el tejado de la iglesia, para mandarlas al Obispado». Más adelante, al pasar por Candemuela, observa con tristeza el pueblo. «Aquí nos robaron el año pasado algunas tallas muy valiosas». Hay que ir esquivando vacas y a algún que otro turista que circula como si, por el hecho de estar de vacaciones, la carretera entera fuese suya. Del retrovisor cuelga un rosario que baila con las curvas y los baches. Repartidas por el interior del coche, hay centenares de llaves de todas las iglesias en la que Bruno oficia. Las cintas de música son las propias de un joven de 28 años.

En Riolago hace más frío en la iglesia que fuera. «¿Qué tal el domingo pasado con el otro cura?», pregunta el joven sacerdote a los primeros vecinos que aparecen por el pórtico de la iglesia, donde el viento no entra y la temperatura resulta un poco más soportable. Bruno saca del coche un pequeño maletín en el guarda «los guiones», bromea él, y una bolsa de plástico en la que lleva agua bendita y vino para la consagración por si no hubiera en alguna de las iglesias que le toca recorrer. O, quizá, teniendo en cuenta el frío seco de la iglesia de Riolago, por si se hubieran congelado. «Menos mal que ahora las misas ya son más reglamentarias, porque, si no, nos quedábamos helados ahí dentro», dice un vecino al salir.

Tres curas se encargaban antes de celebrar las misas en los pueblos de los que hoy se encarga Bruno. «La satisfacción obviamente no es la misma que cuando hay mucha gente en la iglesia, pero todo esto también es necesario. Y, cuando conoces a la gente y vas cogiendo cariño, es también gratificante», comenta Bruno de camino hacia el siguiente destino.

Villasecino. Pepa es la encargada de abrir la iglesia de Villasecino. «La llave es tan grande que no se pueden hacer copias», dice el cura. «¿Qué tal de la gripe, padre?», le pregunta Pepa. «Mejor, mejor». «Eso es que pasa usted mucho frío por las iglesias», dice Pepa antes de tocar muy enérgicamente las campanas, que agitan la paz en la que se había despertado Villasecino este domingo.

Dentro, no hay luz, y parece que no hay manera de solucionar el problema. Por suerte, entra suficiente por las ventanas como para moverse por la iglesia sin problema. Asisten a la misa una docena de feligreses, todos ellos bien abrigados, como no podía ser de otra manera. Cinco son de la misma familia, turistas que, según ellos mismos confiesan sin que nadie les pregunte, íban «a comer al restaurante y todavía no estaba abierto el comedor. Oímos la campanas y nos dijimos: pues vamos a misa».

A la salida, Bruno suele ir a tomar un vino en compañía de algunos de los feligreses. Por la tarde visita a los solitarios y necesitados y a todos ellos demuestra que ya no valdrá el dicho de «vivir como un cura» pero que él tiene una vocación inmensa. Nueve misas y ningún funeral. Éste es su balance del fin de semana. «Y mejor así», dice Bruno.

de La Crónica
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